domingo, 10 de mayo de 2009

ARGENTINA: Medios de Comunicación



La conozco como a la palma de mi mano. Envuelve al Gran Elefante Social.

Horas de noticieros, diarios y programas periodísticos repletos de famosos o ignotos opinólogos me llenaron el disco duro cerebral de asesinos de 14 años, piquetes, políticos paquetes, apocalípticos, honestos, soñadores, mentirosos, ociosos, oportunistas, traidores o sinceramente equivocados; madres del dolor, dolores de la puta madre, Mercosur, mercachifles, alianzas y tránsfugas, regresivos y progresivos.
Una interminable pléyade de contradictorios volátiles, necios binarios sin semitonos, derecha a la siniestra, izquierda onanista o centro de todos los males.
La conozco. Llena está de pústulas de miseria y marginalidad, arrugas de cobardía, heridas de injusticia, cicatrices de historia trágica, sarpullidos de violencia, forúnculos de corrupción y pelos a cuya sombra piojos chupan sangre hasta reventar. También tiene, justo es decirlo, una potencial capacidad de regeneración, por ahora dormida a causa del síndrome de la imbecilidad globalizada.
Mi pregunta es: ¿Y el elefante? ¿Nadie se preocupa por el miserable paquidermo social?
Debajo de ese cuero patético y degradado hay una masa de músculos, huesos y vísceras que funcionan mal. Un cuerpo enfermo que exterioriza en la piel los síntomas de todos los males verdaderos. Y ese cuerpo aquejado deambula a los tumbos en un hábitat destruido por él mismo, generado su propio peligro de extinción.
¿O de veras creemos que el dengue o la influenza A son culpa de los mosquitos, los chanchos, la Ministra Odiada o la Ministra Provincial Sicótica o vaya a saber quién? ¿Es más importante discutir sobre las retenciones que sobre la desforestación, la contaminación, los transgénicos y los agrotóxicos, o cada cosa es parte de un todo?
Veamos qué hay debajo de la piel. No me imagino a nuestros prohombres discutiendo cuántos latigazos más hay que darle a un esclavo que se rasca el higo, en lugar de debatir cómo abolir la esclavitud.
Yo soy un hombre mayor. Y cuando se está más cerca del arpa que de la guitarra, hay dos maneras de seguir. O ponerse las pantuflas y decir que todo tiempo pasado fue mejor, o seguir aferrado como yo a mi pequeña y querida mufa, la que me ha motorizado desde los 14. 
Un puma viejo no tendrá colmillos, pero sigue siendo un puma.




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